sábado, 4 de diciembre de 2010

A UN DUENDE DE NAVIDAD

Según la tradición navideña, existen unos seres mágicos llamados “Duendes de la Navidad”. Son unos hombrecillos muy pequeños, ya ancianos, con barbas y vestidos con ropas de paño y gorros de punta, a los cuales conviene mantenérseles contentos, ya que de otra forma podrían jugarnos alocadas travesuras.

Mi padre fue uno de esos seres mágicos de la navidad. Si bien es cierto, no tenia barbas, ni usaba vestidos de paño, ni gorros de punta, era un amante de los festejos de la navidad.

En nuestro tiempo, cuando la niñez era nuestra estatura, la navidad se relegaba a unos cuantos días del mes de diciembre, contrario a la usanza actual que ha llevado por puras razones comerciales a iniciar a finales de octubre. En esos tiempos, ya entrado el mes de diciembre, mi padre empezaba con sus afanes navideños, como si la navidad reavivara su espíritu. Era tradición en nuestra casa donde vivíamos, en la calle Sánchez #49 (este número forma parte también de mis memorias y algún día habré de contaros), remozar con pintura todo la casona, por lo general de un color verde en exterior y un color blanco arena en el interior. Asi mismo, les tocaba el turno anual a nuestros viejos muebles de caoba centenaria que según suponemos les fueron transferidos de sus abuelos a mi padre, por aquello de tan viejos…

Rejuvenecida la fachada de la vivienda, procedíamos entonces a la decoración del interior. Le tocaba el turno al arbolito de navidad, un armatoste de metal con ramitas hechas de plástico, impregnado por cientos de lucecitas rojas, amarillas, verdes etc… que centellantes daban a la navidad la bienvenida.

Estoy convencido que mi padre gozaba cada instante de esta parafernalia navideña, se le veía siempre risueño, dispuesto, y sobre todo feliz. Calculaba diariamente los días restantes para la llegada de la noche buena, aquí era grande la cosa: sin contar con un duro (dinero), se las arreglaba para que su familia disfrutara de una jactante navidad. Con lo ganado por servicios de pintura de edificios y muebles, mas alguna que otra facturita a crédito, nos proponía un festín ese día, no falto nunca un buen trozo de puerco asado, unos pollitos horneados, los pastelitos en hojas, las frituras de yuca, las ensaladas variadas, el pan en la mesa, dos o tres manzanas, varios ramos de uvas y peras, así como dulces típicos de la navidad.

Ya para el día de la navidad (25 de diciembre), el día le empezaba temprano, ya a las seis (6) de la mañana estaba en pie junto a la hornilla de un anafe y cuando la cosa mejoro un poco, tras la hornilla de una estufa, preparándose un suculento desayuno a base de sobrantes del día anterior. Para el mismo día en la noche y luego de una reunión en la iglesia a la que asistía, salía con un grupo de la misma iglesia a dar serenatas entonando la canción “Noche de Paz”, canción que siempre que la escucho revive en mi los recuerdos de su voz cantándola.

Para final de año, nuestro duende de navidad, se las volvía a arreglar para aunque fuera en una menor dimensión, pudiéramos disfrutar de otro suculento banquete casi siempre con las mismas viandas que disponíamos en el día de noche buena.

Culminaba el periplo navideño, con las fiestas de Reyes… aquí ya las fuerzas le fallaban, ya no había forma de alargar mas los escasos pesos que pudo haber conseguido en diciembre, de esta forma el día de reyes pasaba casi siempre de largo por nuestra casa, salvo contadas excepciones. Ahora que también tengo hijos, se por la pena que debió haber pasado cuando no podía complacernos con un juguete en ese día. Pero sin lugar a dudas, nos dio el mejor regalo que alguien pudiera darnos, nos dio la vida, su tiempo y su inagotable amor, con eso nos lo dio todo.

A mi padre, ese duende de la navidad, a quien tanto le gustaban estas fechas, también era un hombre enamorado de su familia, por eso hoy le dedico estas líneas deseando que hoy también estuviera con nosotros.

A un padre ejemplar, a un amigo de siempre, al mejor duende de navidad que Dios nos pudo haber dado, a nuestro eterno y bien recordado BENJAMIN SABINO (MIMIN), esperando reencontrarnos algún día en el más allá.



Nolberto Sabino